viernes, 26 de diciembre de 2008

Sorteo Mis Maricuchis

Todavía estáis a tiempo. Si os animáis apuntaos (http://mismaricuchis.blogspot.com/) y ya de paso disfrutad de esta otra gran artista.
Besos.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Tiempo de soñar... la Navidad


Luces en la noche. Cascadas de colores estáticas en el cielo, a medio camino entre las estrellas y tú. Sonrisas, esperanza, tristezas, añoranza, sentimientos efervescentes mezclados sin querer. Voces infantiles que dan vida en la sombra, gente, autómatas, marabunta en las calles, ríos de vida. Buenas intenciones, extraordinarias acciones, ilusión en la sonrisa de un niño; soñar...

P.D. Estaría bien que los pensamientos positivos se extrapolaran a los once meses del año restantes, y que la magia de algunos inundara la desazón de otros. Estaría bien...

lunes, 22 de diciembre de 2008

Música por descubrir

Hay veces que cuando vemos un anuncio nos fijamos más en la música (como es mi caso ahora), o en el formato, más que en lo que anuncia.
Es es caso del anuncio de la colonia Chloe.

Para muestra un botón




P.D. Josextu, a ver si me pillas el disquito. ;-)

domingo, 21 de diciembre de 2008

Un combate perdido (escrito por Arturo Pérez Reverte)


He leído esta mañana un artículo de Arturo Pérez Reverte en el Semanal XL que me ha calado. Normalmente me gusta cómo escribe, y lo incisivo de sus comentarios, y como quiero compartirlo con aquellos que no lo han leído aún, copio y pego tal y como aparece en el formato digital.
Sic. "No es preciso recorrer campos de batalla. Hay combates callados, insignificantes en apariencia, que marcan como la más dramática experiencia. El episodio que quiero contarles hoy no está en los libros de Historia. Es humilde. Doméstico. Pero trata de un combate perdido y de la melancolía singular que deja, como rastro, cualquier aventura lúcida. Empieza en el césped de un jardín, cuando el protagonista de esta historia encuentra, junto a su casa, un polluelo de gorrión. Ya tiene plumas pero aún no puede volar. Lo intenta desesperadamente, dando saltos en el suelo. Observándolo, Jesús –lo llamaremos Jesús, por llamarlo de alguna forma– se esfuerza en recordar lo poquísimo que conoce de pájaros: si los padres tienen alguna posibilidad de salvar al polluelo y si éste acabará por remontar el vuelo, de regreso al nido. La Naturaleza es sabia, se dice, pero también cruel. Cualquiera sabe que muchos pajarillos jóvenes y torpes caen de los nidos y mueren. Un detalle importante: a Jesús lo acompaña su perro. El fiel cánido está allí, mirando al polluelo con las orejas tiesas, la cabeza ladeada y una mirada de intensa curiosidad. Como todos los que tienen perro y saben tenerlo, Jesús no puede permanecer impasible ante la suerte de un animal desvalido. Tampoco puede irse por las buenas, dejando a aquella diminuta criatura saltando desesperada de un lado a otro. No, desde luego, después de haber visto crecer al perro, de leer en su mirada tanta lealtad e inteligencia. No después de haber comprendido, gracias a esos ojos oscuros y esa trufa húmeda, que cada ser vivo ama, sufre y llora a su manera. Así que Jesús busca entre los árboles, mirando hacia arriba por si encuentra el nido y puede subir hasta él con el polluelo. Pronto comprende que no hay nada que hacer. Pero la idea de dejarlo allí, a merced de un gato hambriento, no le gusta. Así que lo coge, al fin, arropándolo en el bolsillo del chaquetón. Y se lo lleva. En casa, lo mejor que puede, con una caja de cartón y retales de manta vieja, Jesús le hace al polluelo un nido en la terraza que da al jardín. Y al poco rato, de una forma que parece milagrosa, los padres del pajarito revolotean por allí, haciendo viajes para darle de comer. Todo parece resuelto; pero otros pájaros más grandes, negros, siniestros, con intenciones distintas, empiezan también a merodear cerca. No hay más remedio que cubrir el nido con una rejilla protectora, pero eso impide a los padres alimentar al gorrioncito. Jesús sale a la calle, va a una tienda de mascotas, compra una papilla especial para polluelos e intenta alimentarlo por su cuenta; pero el animalillo asustado, temblando, trata de huir y pía para llamar a los suyos, rechazando el alimento. Eso parte el alma. Jesús, impotente, comprende que de esa manera el polluelo está condenado. Al fin decide buscar en Internet, y para su sorpresa descubre que hay foros específicos con cientos de consejos de personas enfrentadas a situaciones semejantes. Siguiéndolos, Jesús da calor al polluelo entre las manos mientras le administra la papilla gota a gota, con una jeringuilla; hasta que, extenuado por el miedo y la debilidad, el gorrioncito se queda dormido entre los retales de manta. Quizás al día siguiente ya pueda volar. De vez en cuando, tal como ha leído que debe hacer, Jesús se acerca con cautela y silba bajito y suave, para que el animalito se familiarice con él. Hasta que al fin, a la cuarta o quinta vez, éste pía y abre los ojillos, con una mirada que pone un nudo en la garganta. Una mirada que traspasa. Jesús no sabe qué grado de conciencia real puede tener un pajarito diminuto; sin embargo, lo que lee en esa mirada –tristeza, miedo, indefensión– le recuerda a su perro cuando era un cachorrillo, las noches de lloriqueo asustado, buscando el abrazo y el calor del amo. También le trae recuerdos vagos de sí mismo. Del niño que fue alguna vez, en otro tiempo. De las manos que le dieron calor y de las aves negras que siempre rondan cerca, listas para devorar. Por la mañana, el gorrioncito ha muerto. Jesús contempla el cuerpecillo mientras se pregunta en qué se equivocó, y también para qué diablos sirven tres mil años de supuesta civilización que no lo prepara a uno, de forma adecuada, para una situación sencilla como ésta. Tan común y natural. Para la rutinaria desgracia, agonía y muerte de un humilde polluelo de gorrión, en un mundo donde las reglas implacables de la Naturaleza arrasan ciudades, barren orillas, hunden barcos, derriban aviones, trituran cada día, indiferentes, a miles de seres humanos. Entonces Jesús se pone a llorar sin consuelo, como una criatura. A sus años. Llora por el pajarillo, por el perro, por sí mismo. Por el polluelo de gorrión que alguna vez fue. O que todos fuimos. Por el lugar frío y peligroso donde, tarde o temprano, quedamos desamparados al caer del nido."


Por Arturo Pérez Reverte

martes, 9 de diciembre de 2008

Copos De Nieve Sobre Wivenhoe de José Emilio Pacheco


Entrecruzados caen, se aglomeran y un segundo después se han dispersado. Caen y dejan caer a la caída. Inmateriales astros intangibles; infinitos, planetas en desplome.

NO AL CIERRE DE WEBS

Se asomaron a este rincón...